En esta noche tan especial, el Espíritu Santo tomó el control de cada detalle y a través de la pastora Montserrat de Bogaert bajó el anhelo del Padre Celestial: las Déboras comenzaron a marchar al ritmo de la melodía celestial, y allí su Padre las encontró para revelar cuáles eran los yugos que poseían, porque su único objetivo era sacarlas del lugar donde se encontraban y sanarlas para que en esa noche pudieran entrar a la guerra y otorgarles la victoria.
“Para poder entrar en una guerra necesitas cerrar todas las puertas que están abiertas en tu vida”, expresó la “Generala de oración”, la pastora Bogaert, la cual bajo la dirección del Espíritu Santo proclamó la liberación, el pan de los hijos. Mujeres con ataduras en pies y manos, que se encontraban en lugares oscuros, pactos generacionales, pecados sexuales, enfermedades, espíritus de muerte, fueron sacados de sus cuerpos.
El Señor las limpió, libertó, las sanó, quitó toda inmundicia de sus vestiduras y cerró toda puerta, y arrancó los estorbos que les impedían subir a su mismo trono y reclamar lo que el enemigo les había robado. En la atmósfera, se podía sentir cómo el Espíritu Santo descendió para liberar y sanar a cada hija que en esa noche acudió a su Padre en busca de ayuda.
Ya libres, rindieron su corazón y le entregaron una adoración y exaltación única a su Señor; le dieron gracias por cada puerta que cerró, por cada liberación, y allí unidas se apropiaron de la sangre del Cordero y se purificaron a través del cuerpo y la sangre de Jesucristo.
El Señor se plació en descender a este templo abarrotado de corazones unidos y de acuerdo orando con gemidos e intercediendo por un mismo propósito: el ataque de las Déboras en contra de todo lo que impida que la bendición no llegue a sus vidas y a los suyos, y sellaron sus peticiones haciendo un pacto con Dios.
Verdaderamente el cielo fue testigo de la manifestación poderosa del “Comandante en Jefe”, Jehová de los ejércitos, el cual tiene el control de cada una de sus hijas, de cada una de sus Déboras.
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